lunes, 13 de diciembre de 2010

Dublín era una fiesta

La reciente caída en desgracia de Irlanda enseña unas cuantas lecciones a todos aquellos que se vanagloriaban de elogiar a un país que paso en unos años de ser exportador de patatas y pubs a ser una economía dinámica epicentro europeo de las nuevas tecnologías y la industria farmacéutica.

Dublín había cumplido con todos los dogmas del mercado y representaba la historia de éxito de la teoría neoliberal que en tantos otros sitios había fracasado: unos trabajadores cualificados, hablando inglés, salarios moderados y baja fiscalidad habían dado por fin resultado: Irlanda paso en unos años de ser una de las economías menos desarrolladas de Europa a ser el segundo país con mayor renta per cápita de la UE, la primera si exceptuamos a Luxemburgo. Todas las multinacionales de Silicon Valley y las grandes empresas norteamericanas la escogían como base para llegar a Europa. Los irlandeses empezaron a tener un mayor nivel de vida e incluso empezaron a pegarse la gran vida e incluso compraban casas en la costa del Sol, en el centro de Londres y en la costa Azul. La vida era buena, muy buena.

Pero llego la crisis y todo lo malo que había pasado en EE.UU., las hipotecas subprime, la crisis financiera, etc. afecto de lleno a Irlanda, mucho más que a USA. De repente se rompieron las débiles costuras de la economía irlandesa: la estructura fiscal era profundamente débil, sustentada en una burbuja inmobiliaria de locura, los bancos jugaban en la ruleta del capitalismo de casino, estaban ahogados, el Estado social no se podía mantener con un nivel tan bajo de impuestos, el nivel de deuda era delirante, el Estado se jugo el cuello por sus bancos, la recaudación cayo por el boom y la caída de beneficios de las multinacionales hizo hundirse la recaudación, y la realidad es que no iban por los bajos impuestos (un Impuesto de Sociedades menos de la mitad que el resto de Europa) sino porque era dónde más fácil evadirlos.

Los días de vino y rosas se acabaron para la economía irlandesa y tuvo que ser rescatada tras un durísimo ajuste fiscal y pese a la oposición europea, el Estado prefirio un ajuste sobre los ciudadanos y salvar a las empresas que habían evadido los impuestos, recayendo sobre todo en una reducción del gasto público, ya de por si muy reducido y manteniendo un sistema fiscal que favorece a la competencia desleal y la evasión de impuestos y que sólo beneficia a las grandes empresas norteamericanas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En lugar de Irlanda, parece que escribas sobre España.